“Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Sal 119:18).
En esta oración el salmista está rogándole a Dios que le permita
ver y deleitarse en las “maravillas” que se encuentran en su
Palabra. Pero, ¿a qué se refiere el salmista con el término
“maravillas”? En base a su definición dicho término se utiliza
para describir algún suceso o caso extraordinario que es capaz de
desencadenar nuestra admiración.
Lo cierto es que la Palabra de Dios debería maravillarnos el tiempo
entero. La Biblia nos presenta el hecho más extraordinario jamás
contado, el Dios omnipotente y eterno, creador del universo, toma
nuestra forma para entonces obedecer completamente sus propias
demandas y morir en nuestro lugar, rescatándonos así del problema
que tiene a toda la humanidad muerta y sin esperanza, el pecado. Sin
embargo, la más triste realidad es que, frecuentemente, cuando
leemos su Palabra, nuestros corazones experimentan de todo menos
admiración y asombro.
El salmista sabía por un lado, que el problema de ello no residía
en el libro que tenía delante, sino en que, a causa de su propio
pecado, los ojos de su corazón permanecían cerrados delante de tan
asombrosas verdades; por otro, creía firmemente que Dios podía
mostrarle la gloria de la persona y la obra de Jesús a través de su
Palabra, despertando una profunda admiración hacía Él. ¡Hermano,
cada vez que te acerques a la Palabra ora para que el Espíritu de
Dios abra tus ojos para maravillarte de Cristo, no existen verdades
más asombrosas en ningún otro libro!