lunes, 7 de mayo de 2012

Devocional



Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros.
Isaías 66:13


!El consuelo de una madre! Es la ternura misma! Cuan perfectamente comprende la pena de su hijo!¡Cómo le estrecha contra su seno y procura meter todas sus amarguras en su corazón! El hijo puede
comunicárselo todo a su madre, seguro de que nadie como ella simpatizará con él.
Entre todos los consoladores, el niño siempre preferirá a su madre; esto mismo experimentan los mayores. ¿Y consiente Dios en cuidar a su pueblo como una madre? Esto demuestra una bondad exquisita. Fácilmente podemos comprender que es un padre, pero ¿será también para nosotros una madre? ¿No nos invita con esto a una santa familiaridad con Él, a entregarnos sin reserva, a descansar en su regazo?
Cuando Dios mismo se hace nuestro Consolador, la prueba no puede durar mucho. Confiémosle nuestra pena, siquiera sea suspirando y sollozando en su presencia. A buen seguro que no nos menospreciará a causa de nuestras lágrimas. Nuestra madre no nos menospreciará. Verá nuestra flaqueza como lo hacía ella y perdonará nuestras faltas con mayor ternura de lo que podía hacer nuestra propia madre. No tratemos de llevar la carga solos; esto sería muy duro para quien desea con tanta benignidad consolarnos. Comenzamos el día con nuestro Dios amantísimo, ¿por qué no hemos de terminarlo a su lado, ya que las madres nunca se cansan de estar al lado de sus hijos?


Libro de cheques (spurgeon)