lunes, 20 de agosto de 2012

Dando a otros, nos enriquecemos espiritualmente



El que riega, será él mismo regado. Proverbios 11:25

Se nos enseña aquí una gran lección: para obtener es necesario dar, para acumular debemos esparcir, para hacer felices hemos de llegar a ser espiritualmente vigorosos tenemos que buscar el bien espiritual de los demás. Regando9 a otros nos regamos a nosotros mismos. ¿En que manera? Nuestros esfuerzos sacan a luz nuestros talentos para que sean de utilidad. Tenemos capacidades y facultades latentes, que se manifiestan con la actividad. Nuestra fuerza para el trabajo está oculta aun de nosotros mismos, hasta que nos aventuremos a pelear las batallas del Señor o a trepar las montañas de las dificultades. No conocemos cuán tierna es nuestra compasión hasta que intentamos enjugar las lágrimas de la viuda, y suavizar la aflicción del huérfano. Con frecuencia, al intentar enseñar a otros, nos damos cuenta de que acrecentamos nuestra propia instrucción. ¡Oh, que gratas lecciones hemos aprendido junto a la cama del enfermo. Fuimos a enseñar las Escrituras y volvimos avergonzados de saber tan poco de ells. En nuestro trato con los tantos humildes nos instruimos más perfectamente en la senda del Señor y llegamos a comprender con más profundidad la divina verdad. Así que el regar a otros nos hace humildes. Descubrimos cuánta gracia nos aventaja en conocimientos el santo humilde. Nuestro propio consuelo se acrecienta al trabajar en favor de otros. Nos esforzamos en alentarlos y la consolación alegra nuestro corazón. Es como dos hombres en la nieve: uno frota las piernas del otro para evitar que se muera y al obrar así hace que su propia sangre esté en circulación salvando su propia vida. La viuda de Sarepta suplió, con su escasa provisión, las necesidades del profeta, y desde ese día no supo más de lo que era necesidad "dad y se os dará"


Lecturas matutinas (Spurgeon)