viernes, 17 de agosto de 2012
Misericordia inagotable que no podemos medir
Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios, en la misericordia de Dios confío
eternamente y para siempre. Salmo 52:8
Medita un poco en esta misericordia de Dios. Es una misericordia tierna. Con una toque sueve y cariñoso como al quebrantado de corazón y venda sus heridas. Dios se muestra tan bondadoso en su modo de comunicar su misericordia en sí. En Dios no hay nada pequeño; su misericordia es como Él: infinita. No la puedes medir. Su misericordia es tan grande que perdona grandes pecados a grandes pecadores, luego da grandes favores y grandes privilegios y nos eleva a grandes goces. Es una misericordia inmerecida, como lo son todas, pues misericordia merecida es solo un nombre equivocado de justicia. El pecador o tiene derecho a la afectuosa consideración del Altísimo. Si el rebelde hubiese sido condenado al fuego eterno, habría merecido la condenación, pero si es librado de la ira, como en efecto lo es, solo el soberano amor pudo hacerlo, pues en el pecador no había nada bueno. Es también una misericordia rica. Algunas cosas son grandes, pero tienen en si poca eficiencia. Esta misericordia, en cambio, es un reconfortante para tu abatido espíritu en unguento para tus heridas, un vendaje celestial para tus huesos quebrantados, una carroza real para tus cansados pies, un pecho de amor para tu tembloroso corazón. Es ésta una misericordia múltiple. Como dice Bunyan: "Todas las flores del jardín de Dios son dobles". No hay misericordia sencilla. Quizás creas poseer una sola misericordia, pero descubrirás que tienes un racimo entero de ellas. Es una misericordia abundante. Millones la han recibido; y lejos de estar agotada, están tan nueva, tan completa y accesible como siempre. Es una misericordia segura. Nunca te dejará. Si la misericordia es tu compañera, estará contigo en la tentación, en las pruebas, en la vida y en la muerte, para ser el gozo de tu alma, cuando e bienestar de esta vida termine.
Lecturas Matutinas (Spurgeon)