Por Pedro Blois
Vivimos tiempos de gran aversión a las firmes convicciones. Es considerada una muestra de terrible arrogancia afirmar alguna cosa como certísima Solamente las mentes estrechas y anticuadas pueden decir: “esto es verdadero, y aquello falso”. Los grandes profetas del pasado, y aún nuestro Señor Jesucristo, serían tachados de retrógradas peligrosos – verdaderas amenazas a la paz social. El hombre correcto es aquel que carece de toda convicción, y busca la concordia del sentimentalismo superficial.
Lo peor de todo, es que el espíritu de nuestra época ha penetrado con fuerza en la Iglesia Occidental. Las gentes se sienten cómodas con discursos ambiguos y superficiales, en los que se enfatiza una clase de amor y unidad que nada dice sobre la verdad. Hermanos, esta es una forma ingenua de pensar; no tiene en cuenta la constitución humana, y mucho menos a Dios y su Palabra. El hombre, por naturaleza, actúa conforme a sus convicciones y deseos más profundos. Por lo tanto, la unidad que no se basa en la verdad, es como la espuma de las olas del mar, en breve se disipa.
El cristiano es un hombre de firmes convicciones. Ama proclamar la verdad, y se somete gozoso a las Escrituras. No tiene temor de decir que algo es verdadero, “porque el Señor lo ha dicho”. Lejos de considerarlo “estrechez de pensamiento”, lo considera lo más racional, coherente, y lógico que un hombre pueda decir. El cristiano conoce y se deleita en la verdad, y llama a los hombres a conocerla y deleitarse juntamente con él, pues sabe que sólo en ella hay verdadero amor y unidad.
Queridos hermanos, seamos un baluarte y estandarte de la verdad; instemos a los hombres a acudir “a la Ley y al testimonio”, porque a nosotros ciertamente “nos ha amanecido” (Isaías 8.20).