Por Pedro Blois
La verdadera fe cristiana descansa en Dios y en sus promesas. Es esa clase de confianza que reposa en el carácter de Dios, y en su fidelidad a su propia Palabra. “Él lo ha dicho, Él lo hará”. Y esta clase de fe no solamente es el vehículo de nuestra salvación – somos unidos a Cristo por medio de la fe – sino que es además el motor de la vida cristiana. Toda verdadera obediencia nace de confiar en que Dios cumplirá sus promesas – que nos dará todo aquello que Cristo conquistó para nosotros en la cruz. “Obedezco, porque sé en quién he creído”.
La pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Cómo crecer en la fe? ¿Cómo podemos alcanzar una fe madura, que resista a la tormenta, y vea grandes cosas de parte de Dios? Teniendo en cuenta nuestra definición de fe, la respuesta es sencilla: debemos conocer a nuestro Dios, su carácter, y sus promesas. Puede que, por la recomendación de un buen amigo, confiemos en un desconocido; pero conocer a esa persona, y saber que es de carácter impecable, es lo que de veras nos lleva a confiar. Comunión con Dios, oración, intimidad con el Altísimo, son requisitos indispensables para aquel que quiera crecer en la fe.
Por otra parte, debemos conocer sus promesas. Dios nos ha otorgado en su Palabra abundantes promesas. Tenemos promesas para las más diversas circunstancias de nuestro peregrinar. El problema, en ocasiones, es que no conocemos dichas promesas. Llegado el momento de la prueba de la fe, nos vemos desprovistos de esas rocas firmes – las promesas de Dios – en las que apoyar nuestra confianza. Esta es la razón por la que Pablo ora para que sepamos cuál es nuestra esperanza, y la herencia que hemos recibido del Padre (Efesios 1.18). Por lo tanto, conocer en intimidad a Dios, y rebosar de sus promesas, es el camino para el crecimiento de la fe.