Si uno quiere ser un erudito bíblico, ha de estar preparado para el estudio arduo y continuado. Es imposible llegar a un conocimiento profundo de las Escrituras, si uno no se ejercita en la tarea de leer, entender las palabras, las frases, y las conexiones de todas sus partes. Meditar en la Ley del Señor, de día y de noche, es la parte de aquellos que desean ser versados en la Palabra. ¡Y esa no es una tarea fácil! Desde luego no caben los flojos y relajados en esta labor.
Dicho lo dicho sobre el estudio de la Biblia, lo mismo podríamos decir de cualquier otra área del saber. Tanto da si uno desea ser un buen biólogo, ingeniero de caminos, químico, o historiador, no lo será sin mucho esfuerzo en los estudios. ¡Imaginaos las matemáticas! Hasta aquí, no hay diferencias entre estudiar cualquier materia, y estudiar la Biblia. Pero el conocimiento bíblico tiene una peculiaridad, que no corresponde a ninguna otra área del saber.
En el Salmo 119.71, leemos: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos”. El salmista relaciona un acontecimiento doloroso de su vida – en el que experimentó vergüenza y debilidad –, con un mayor conocimiento de las Escrituras. ¿Qué vemos aquí? Vemos que el conocimiento bíblico, a diferencia que las matemáticas, es un conocimiento que depende de la condición del corazón; y que, por lo tanto, se aprende por la senda del quebranto. Pero lejos de murmurar, una vez versado en los tesoros de la Palabra, dice el cristiano con el salmista: “Bueno me es haber sido humillado…”.