Por Pedro Blois.
Cuando Dios creó a Adán, le dispuso como hogar un jardín llamado Edén, y le dio la tarea de cuidar de ese jardín. Por lo tanto, nuestro primer padre fue un jardinero. En la historia de la cristiandad, muchos son los que han pensado – y aún piensan – que el trabajo es resultado de la Caída; y que la libertad es trabajar poco, ganar mucho, y disfrutar de largas vacaciones. Pero la Escritura nos enseña que una parte importante de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es ser sus representantes en el oficio que nos corresponde. El trabajo es un regalo de Dios; de modo que glorificamos a Dios con nuestra labor, y encontramos dignidad y realización como personas.
En este sentido, no existen trabajos que sean seculares. Para el cristiano, todo trabajo es un trabajo espiritual. Ya sea trabajando en una oficina, cuidando a un anciano, edificando un hogar, o conduciendo un autobús, el cristiano tiene el llamado y privilegio de hacer su labor para Cristo. Trabajar con excelencia, ser honestos y esforzados, compartir el evangelio, y mostrar el amor de Cristo, es nuestra parte en el oficio en el que Dios nos ha puesto. No es solamente una cuestión de acumular riquezas trabajando, sino de representar a Cristo en lo que hacemos. Cristiano, ¡aprender a pensar así de tu labor!
Pero para equilibrar un poco esta enseñanza, debemos también reconocer que la Caída ha traído graves consecuencias a la vida laboral. Existe ahora en el trabajo un desgaste improductivo; una continúa sensación de que no somos remunerados como deberíamos. Además, cargamos con el sentimiento esporádico – para algunos periódico – de que lo que hacemos es monótono, aburrido, y carente de significado. Cristiano, a pesar de tales consecuencias, te animo hoy ver tu trabajo, sea cual sea, como una gracia divina; como una gran oportunidad de servir con excelencia a Jesucristo, y dar a conocer su Nombre.