Por Pedro Blois.
El pecador es un consumista impulsivo – es incapaz de dejar de consumir. ¿Por qué? Por la experiencia de una continua insaciabilidad del alma. En Romanos capítulo 1, el apóstol Pablo nos enseña que en la raíz del pecado, se encuentra la incredulidad de que Dios sea la fuente de todo bien, y la búsqueda desesperada de saciar el alma en las cosas creadas (vv.21-23) – lo que incluye las riquezas. Pero dado que sólo Dios satisface el alma, el hombre sufre de un consumismo crónico y patológico; lo que le impide de ser generoso.
Pero cuando irrumpe el evangelio – el glorioso mensaje de que somos reconciliados con Dios por Jesucristo – esta patología se rompe, y pasamos a ser verdaderamente generosos. Dios no solamente sacia el alma, sino que, además, es como una fuente que se nos mete dentro, y salta para bendición de muchos; de este modo, el cristiano es alguien que da, que entrega, que reparte. En efecto, el cristiano ha pasado de ser un consumista impulsivo, a ser un mayordomo – aquel que administra y reparte los bienes de otro