miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Combatiendo el pecado"




Por Pedro B. Blois              


Aquel que se acerque al cristianismo, con el fin de tener una vida fácil – si finalmente se encuentra con el verdadero Jesucristo –, se decepcionará. En realidad, el verdadero cristiano es introducido en una guerra, de la que, el inconverso, nada sabe. Se dice que un oso herido es mucho más peligroso que uno sano. Pues bien, el cristiano, ha recibido una herida de muerte en su misma naturaleza pecaminosa; de modo que, lo que aún resta de ella, se revuelve dentro de él de manera mucho más feroz que antes. Esta es la razón por la que ahora tiene luchas, que le eran desconocidas. 
Convengamos: el inconverso, nada sabe de la intensísima presión que puede llegar a ejercer la tentación. ¿Por qué? Porque ha cedido a ella, sin siquiera darse cuenta… Muchos han dicho que, el único que ha sentido todo el peso de la tentación, ha sido nuestro Señor Jesucristo. Esto se debe a que Él nunca cedió a ella. Sobre lo terrible de esta presión, el autor de Hebreos nos habla de la necesidad de combatir el pecado hasta la sangre (v.12.4). Hermanos, la gloria del cristianismo, no consiste en privarnos de la lucha, sino en capacitarnos para luchar.
En referencia a esta lucha con el pecado, quiero dejaros dos fortísimas promesas, que espero sean fundamento en la batalla. La primera de ellas: “el pecado no se enseñoreará de vosotros…” (Rm 6.14). Querido hermano, si bien hay pasiones contrarias a Cristo militando en nuestros corazones, ellas no nos pueden dominar; somos llamados a darles muerte, confiando en la Palabra, y en el poder del Espíritu Santo. En segundo lugar, toda tentación tiene un límite divino, tanto de intensidad, como de tiempo (1 Cor 10.13). La temperatura de las llamas es ajustada con precisión, para el solo efecto de nuestro bien. ¡Luchemos con confianza!