Por Pedro B. Blois
Aquí os comparto el testimonio del famoso predicador John Bunyan, cuando experimentó en su corazón la gloriosa verdad de la justificación por la sola fe. Nos cuenta en su biografía, sobre un largo período de una religiosidad vacía, después del cual conoció a gracia de la justificación: “Todo este tiempo desconocía a Jesucristo, y me ocupaba en establecer mi propia justicia, y hubiera perecido si Dios en su misericordia no me hubiera mostrado más que solamente mi miseria... La Biblia fue para mí algo preciado en aquella época”.
“Un día, cuando me adentraba en el tema… esta oración cayó sobre mi alma: “Tu justicia está en el cielo”. Y acto seguido, me pareció que vi con los ojos de mi alma a Jesucristo a la derecha de Dios; ahí, digo, está mi justicia; de manera que dondequiera que estuviera o hiciera lo que hiciera, Dios no podía decir de mí, “él carece de mi justicia”, pues ella esta de continuo ante Él. También vi que no fue la buena disposición de mi alma, la que mejoró mi justicia, ni la mala disposición la que hizo mi justicia peor, pues mi justicia era Jesucristo mismo: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He.13.8). Ahora sí cayeron las cadenas de mis piernas. Quedé libre de mis aflicciones y de los grilletes,… entonces volví a mi casa lleno de gozo por la gracia y el amor de Dios” (John Bunyan, Grace Abounding to the Chief os Sinners, p.20).
“Un día, cuando me adentraba en el tema… esta oración cayó sobre mi alma: “Tu justicia está en el cielo”. Y acto seguido, me pareció que vi con los ojos de mi alma a Jesucristo a la derecha de Dios; ahí, digo, está mi justicia; de manera que dondequiera que estuviera o hiciera lo que hiciera, Dios no podía decir de mí, “él carece de mi justicia”, pues ella esta de continuo ante Él. También vi que no fue la buena disposición de mi alma, la que mejoró mi justicia, ni la mala disposición la que hizo mi justicia peor, pues mi justicia era Jesucristo mismo: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He.13.8). Ahora sí cayeron las cadenas de mis piernas. Quedé libre de mis aflicciones y de los grilletes,… entonces volví a mi casa lleno de gozo por la gracia y el amor de Dios” (John Bunyan, Grace Abounding to the Chief os Sinners, p.20).