Por Pedro B. Blois
La oración es el respirar de la fe. De donde el que cree,
ora. El hombre que carece de ferviente y perseverante oración, da síntomas de
un mal mucho más profundo de lo que imaginaba: debilidad, o completa carencia
de la fe. La oración nace de la fe, en la medida en la que proclama tres
convicciones del alma. La primera, que somos completamente insolventes en
aquellas cosas que más necesitamos; de aquellas que tienen que ver con nuestra
comunión con Dios, el amor al prójimo, y el bien último de nuestras almas. El
que ora, reconoce que no hay poder, sabiduría, o virtud humana, capaz de
alcanzar el favor divino.La segunda, que Dios
es todo-suficiente. El que ora reconoce en Dios toda plenitud. La oración nace
de un corazón que encuentra en Dios infinita provisión para su infinita
carencia. En tercer lugar, el que ora reconoce que toda la provisión divina,
está a su disposición. En Cristo, el Padre nos provee de todo bien, cual ríos
de gracia que de continuo vienen sobre nosotros. El cristiano confía en que
Dios está a su favor, y ora. Por eso hermano, no dejes de orar. Recuerda
siempre tu insolvencia, la provisión que hay en Dios, y su buena disposición en
Cristo – y ora, ora, ora.