Por Carlos Vela
En cierta ocasión Jesús se refirió al reino de los cielos como un tesoro escondido, que al ser descubierto por un hombre, éste lo volvió a esconder para posteriormente vender gozosamente todo lo que tenía, y así poder comprar aquel campo que contenía el tesoro que tanto deseaba (Mt 13:44). La única razón para poder justificar su comportamiento fue la de ver en aquel tesoro un valor mucho mayor que todo lo demás que poseía. No hubo tristeza ni dudas, solamente gozo.
Cuando realmente una persona se encuentra con Cristo, el mayor tesoro inimaginable, su supremo valor produce por un lado la irrupción de un gozo infinito que inunda el alma, por otro, el estimar todo lo demás como poco al compararlo con Él.
¿Has apreciado el incalculable valor de la persona y de la obra de Cristo? Oremos para que Dios abra nuestros ojos aún más y poder ser conscientes del supremo valor de Cristo, trayendo a nuestra vida un gozo renovado que se desprende de cualquier ídolo que esté compitiendo contra Él en nuestros corazones. ¡Señor, muéstranos tu valor, muéstranos tu gloria!