lunes, 9 de julio de 2012

LA ORACION PODEROSA PREVALECERA

Pero tú eres Santo, tú eres rey, Tú eres la alabanza de Israel. Salmo 22:3


Jamás acepte la tentación de darse por vencido, dejarse vencer por el desánimo o abandonar su única esperanza. Bajo ninguna posible circunstancia le dé lugar al negro pensamiento de que Dios no es veraz, ni fiel a sus promesas. Aunque una de sus oraciones permanezca sin respuesta durante días, años, no obstante dígale al Señor “Tú eres Santo, Tú eres Rey”, Fije eso bien en su mente. Nunca permita que la más tenue brizna de sospecha o duda manche la honra del Altísimo, porque El jamás lo permite. El es verdadero. El es fiel.

Nunca cese de orar. Ningún tiempo es malo para la oración. Que los destellos de la luz del día no lo tienten a dejar de orar, ni las tinieblas de la media noche lo inciten a cesar su clamor Uno de los principales objetivos de Satanás es lograr que el creyente deseche el arma de la oración. Satanás sabe que mientras nos mantengamos clamando al Altísimo, él no puede devorar ni al más pequeño cordero de la manada. La oración, la oración poderosa, prevalecerá si se le da suficiente tiempo.

Que su fe sean tan resuelta y atrevida que renuncie a cualquier otra dependencia que tenga de cualquier otra cosa y lugar, que no sea de Dios, y que su clamor crezca más y más y sea cada día más vehemente. No es el primer toque en la puerta de misericordia el que logra abrirla. Quien quiere prevalecer tiene que agarrar bien el aldabón y golpear una, otra vez, y muchas veces. Como bien lo dijo el viejo puritano: “Las oraciones frías esperan una negativa, pero las oraciones candentes al rojo vivo, prevalecen”. Haga que sus oraciones sean como un antiguo ariete golpeando contra la puerta de los cielos. Como si fuera un ejército, la totalidad de su alma debe entrar en el conflicto y debe sitiar el trono de la misericordia divina con la determinación de ganar y entonces si prevalecerá. Si ocurren demoras tómelas como un buen aviso o advertencia para ser más firme en su fe y más ferviente en su clamor.


(Spurgeon)