Llamados a ser santos (romanos1:7)
Solemos referirnos a los santos apostólicos como si fueran "santos" de modo más notable que los otros hijos de Dios. Todos ésos a quienes Dios llamó por su gracia y santificó por su Espíritu son "santos"; pero nosotros nos inclinamos a considerar a los apóstoles como seres extraordinarios, apenas sujetos a las mismas debilidades y tentaciones que nosotros. Sin embargo , al obrar así, olvidamos esta verdad: cuanto más cerca viva un hombre de Dios tanto más intensamente lamentará la maldad de su corazón; y cuanto más su Maestro lo honre en su servicio, tanto mas el mal de la carne lo atormentará, día a día. La verdad es que si hubiésemos visto al apóstol Pablo, lo habríamos considerado igual al resto de la familia elegida; y si hubiésemos hablado con él, habríamos dicho: "Hallamos que la experiencia suya y la nuestra tienen mucho de parecido. El es más fiel, más santo y más instruido que nosotros, pero ha de soportar las mismas pruebas; y en algunos aspectos, es más terriblemente probado que nosotros". No consideremos , pues, a los santos de la antiguedad como seres exentos de debilidades o pecados, ni los miremos con aquella mística reverencia que nos hará casi idólatras. Su santidad es accesible también a nosotros. Somos "llamados a ser santos" por esa misma voz que los llamó a ellos a su alta vocación. Es deber del cristiano esforzarse por entrar en el círculo íntimo de santidad. Si estos santos furan superiores en sus conocimientos, como realmente lo son, sigámoslos; imitemos su ardor y su santidad. Nosotros tenemos la misma luz que ellos tuvieron, la misma gracia nos es accesible a nosotros, ¿por qué, pues, hemos de quedar satisfechos hasta que los igualemos en su carácter celestial? Ellos vivieron con Jesús, vivieron por Jesús, y, por tanto , se asemejaron a Jesús. Vivamos por el mismo Espíritu, como ellos vivieron, "mirando a Jesús".