viernes, 12 de julio de 2013
El evangelio es poderoso porque es una revelación
Uno de los pasajes más conocidos de la carta de Pablo a los Romanos es el capítulo 1, los versículos 16 y 17: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.
Noten que el vers. 17 comienza con la palabra “porque”. Lo que se dirá a continuación explica lo que se ha dicho antes. De hecho hay varios “porque” en el texto. “Deseo ir a Roma a predicar porque no me avergüenzo del evangelio; y no me avergüenzo del evangelio porque sé que es poder de Dios para salvación; y es poderoso porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe”.
El apóstol Pablo sabe que el mensaje del evangelio actúa sólo cuando puede ser comprendido por la mente humana. Por eso lleva un orden lógico en su proceso de argumentación. Sin embargo, también podemos ver en el texto que el intelecto por sí solo no es suficiente. El poder de Dios tiene que actuar a través del evangelio, porque el intelecto por sí solo no puede llevarnos a Cristo.
En otras palabras, el evangelio es poderoso porque contiene mucho más que una simple lógica. Es poderoso porque se trata de una revelación. En el evangelio se revela la justicia de Dios; y eso ¿qué significa? La palabra que usa Pablo aquí es apokalupto, de donde proviene el nombre del último libro del NT, Apocalipsis. Esta palabra designa la acción de descorrer un velo, mostrar algo que estaba velado, algo que no podría ser conocido a menos que alguien lo mostrase.
Ningún ser humano hubiese podido “descubrir” el evangelio, basándose únicamente en su propia observación y en su propio raciocinio. No hubiese habido evangelio si Dios no lo hubiese revelado. Y aquí es precisamente donde comienza el problema del hombre incrédulo con el evangelio, en el hecho de creer que puede descubrir la verdad dentro de sí mismo y por sí mismo. Ese es el postulado esencial de la religión humanista. “La verdad está dentro de ti, pero necesitas descubrirla”.
Pero Pablo nos dice aquí que la verdad se encuentra en Dios y que Él tiene que revelarla. Si Dios no hubiese descorrido el velo estaríamos a tientas y en tinieblas. No podemos conocer nuestra condición real delante de Dios, ni el destino que nos espera, ni la única puerta de escape que existe, por nosotros mismos.
Imaginemos a un hombre que intenta descubrir los misterios y maravillas del universo porque un amigo astrónomo le ha hablado acerca de esto; pero el individuo en cuestión tiene que vencer dos grandes obstáculos para ver y entender lo que el astrónomo vio y entendió: no tiene telescopio y, lo que es peor aún, está ciego. Para descubrir y comprender las maravillas del universo este hombre necesita dos cosas: necesita un telescopio, pero necesita también la visión.
Y ese es exactamente el mismo problema del hombre pecador. El hombre en su pecado tiene la misma necesidad. Está perdido, está condenado y está ciego espiritualmente. Pero Dios no nos ha dejado a tientas y en tinieblas, a expensas de nuestra capacidad o raciocinio. Él ha hablado, ha descorrido el velo. Es en ese sentido que el evangelio es una revelación. Esa revelación debe ser captada por el intelecto, pero es mucho más que eso: es una revelación.
La Biblia es el telescopio que necesitamos para alcanzar a ver aquello que no podríamos ver a simple vista. Pero como el hombre del que hablábamos hace un momento, aun teniendo el telescopio en las manos, todavía necesitamos algo más. Tenemos la revelación escrita en las Escrituras; pero ahora necesitamos que esa revelación escrita pueda ser comprendida y aceptada por nuestra mente y corazón. Si Dios hubiese revelado Su Palabra y no hubiese hecho ninguna otra cosa, no hubiésemos podido ser salvos.
El hombre natural no acepta esta revelación como buena y válida (comp. 1Cor. 2:14). Para que pueda ser efectiva, entonces, debe ir acompañada del poder de Dios, iluminando nuestras mentes e inclinando eficazmente nuestra voluntad. Dios tiene que iluminar el entendimiento de los pecadores y abrir sus corazones para que la predicación del evangelio pueda ser eficaz (comp. 2Cor. 4:3-6).
Dios obra a través de la exposición del evangelio. El evangelio es capaz de vencer las tinieblas que hay en el corazón del hombre; es capaz de vencer la enemistad natural que tenemos hacia Dios. El evangelio es capaz de hacernos entender y aceptar lo que de otro modo no podríamos entender y aceptar: que somos pecadores, que estamos perdidos, y que fuera de Cristo no hay ninguna esperanza para nosotros. Por eso debemos predicar el evangelio a los perdidos, porque ninguna otra cosa obrará en ellos, ni hará por ellos lo que solo el evangelio puede hacer: revelar la verdad en el corazón de los hombres
Sugel Michelen
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