Por Pedro Blois
En su comentario a los Gálatas, Martín Lutero cita una historia de un libro llamado “La vida de los Padres”, en la que se nos cuenta el conflicto interno de un ermitaño, pocos días antes de su muerte. Se dice que este hombre, se encontraba de pie, quieto, triste, y mirando al cielo. Al preguntarle sus discípulos por qué tenía tal actitud, respondió que tenía miedo a morir. Entonces, sus discípulos buscaron consolarle al recordarle que él había vivido una vida irreprensible. Afirmaron que no tenía por qué temer, puesto que era un buen hombre.
Ante el consuelo de sus discípulos, este hombre respondió: “De hecho, he vivido una vida santa, y he guardado los mandamientos de Dios, pero los juicios de Dios son incomparablemente diferentes a los juicios de los hombres”. Poco antes de morir, este piadoso ermitaño tuvo una profunda percepción de que la mirada de Dios, no es la mirada de los hombres. En ese momento, todo consuelo que había tenido por su vida recta y piadosa, se disipaba ante el terror de aquella mirada que es fuego consumidor.
Amigo, la tranquilidad del alma reside en acudir a Jesucristo, y descansar en Él. La sangre del Cordero rociada en los dinteles del alma, es nuestro único refugio, cuando el terrible ángel de la muerte viene a recordarnos toda nuestra miseria. No hay otro lugar en el que podamos descansar, y al que podamos acudir cuando las violentas olas de la condenación, venga a echarnos a la cara nuestro pecado, y nuestras faltas. Jesucristo es el descanso del pecador. En Él, y solamente en Él, ha de reposar nuestro corazón, a cada día.