Predicación del domingo 24 de noviembre de 2013
Pedro Blois
Lucas 8:22-56
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martes, 26 de noviembre de 2013
lunes, 25 de noviembre de 2013
Misericordia inagotable
Por C.H.Spurgeon
Medita un poco en esta misericordia de Dios. Es una misericordia tierna. Con una toque suave y cariñoso como al quebrantado de corazón y venda sus heridas. Dios se muestra tan bondadoso en su modo de comunicar su misericordia en sí. En Dios no hay nada pequeño; su misericordia es como Él: infinita. No la puedes medir. Su misericordia es tan grande que perdona grandes pecados a grandes pecadores, luego da grandes favores y grandes privilegios y nos eleva a grandes goces. Es una misericordia inmerecida, como lo son todas, pues misericordia merecida es solo un nombre equivocado de justicia. El pecador o tiene derecho a la afectuosa consideración del Altísimo. Si el rebelde hubiese sido condenado al fuego eterno, habría merecido la condenación, pero si es librado de la ira, como en efecto lo es, solo el soberano amor pudo hacerlo, pues en el pecador no había nada bueno. Es también una misericordia rica. Algunas cosas son grandes, pero tienen en si poca eficiencia. Esta misericordia, en cambio, es un reconfortante para tu abatido espíritu en unguento para tus heridas, un vendaje celestial para tus huesos quebrantados, una carroza real para tus cansados pies, un pecho de amor para tu tembloroso corazón. Es ésta una misericordia múltiple. Como dice Bunyan: "Todas las flores del jardín de Dios son dobles". No hay misericordia sencilla. Quizás creas poseer una sola misericordia, pero descubrirás que tienes un racimo entero de ellas. Es una misericordia abundante. Millones la han recibido; y lejos de estar agotada, están tan nueva, tan completa y accesible como siempre. Es una misericordia segura. Nunca te dejará. Si la misericordia es tu compañera, estará contigo en la tentación, en las pruebas, en la vida y en la muerte, para ser el gozo de tu alma, cuando e bienestar de esta vida termine.
Medita un poco en esta misericordia de Dios. Es una misericordia tierna. Con una toque suave y cariñoso como al quebrantado de corazón y venda sus heridas. Dios se muestra tan bondadoso en su modo de comunicar su misericordia en sí. En Dios no hay nada pequeño; su misericordia es como Él: infinita. No la puedes medir. Su misericordia es tan grande que perdona grandes pecados a grandes pecadores, luego da grandes favores y grandes privilegios y nos eleva a grandes goces. Es una misericordia inmerecida, como lo son todas, pues misericordia merecida es solo un nombre equivocado de justicia. El pecador o tiene derecho a la afectuosa consideración del Altísimo. Si el rebelde hubiese sido condenado al fuego eterno, habría merecido la condenación, pero si es librado de la ira, como en efecto lo es, solo el soberano amor pudo hacerlo, pues en el pecador no había nada bueno. Es también una misericordia rica. Algunas cosas son grandes, pero tienen en si poca eficiencia. Esta misericordia, en cambio, es un reconfortante para tu abatido espíritu en unguento para tus heridas, un vendaje celestial para tus huesos quebrantados, una carroza real para tus cansados pies, un pecho de amor para tu tembloroso corazón. Es ésta una misericordia múltiple. Como dice Bunyan: "Todas las flores del jardín de Dios son dobles". No hay misericordia sencilla. Quizás creas poseer una sola misericordia, pero descubrirás que tienes un racimo entero de ellas. Es una misericordia abundante. Millones la han recibido; y lejos de estar agotada, están tan nueva, tan completa y accesible como siempre. Es una misericordia segura. Nunca te dejará. Si la misericordia es tu compañera, estará contigo en la tentación, en las pruebas, en la vida y en la muerte, para ser el gozo de tu alma, cuando e bienestar de esta vida termine.
martes, 19 de noviembre de 2013
Esperanza
C.H. Spurgeon
El Señor Jesús prescribió la oración y el ayuno como medios para unirnos a un poder más grande que somos llamados a poseer. Y la iglesia de Dios sería mucho más fuerte para luchar con esta era maligna si acogiera más estos medios. La oración nos une al cielo; el ayuno nos separa de la tierra. La oración nos lleva a la casa de banquetes de Dios; el ayuno nos libera de nuestro afecto por el pan que perece. Cuando los creyentes llegan a los niveles más altos de vigor espiritual, entonces están en capacidad, de echar fuera demonios por el Espíritu Santo que obra en sus vidas y que de otro modo se reirían de ellos con desdén. Pero a pesar de todo, siempre existirán esas dificultades como montañas que requieren la intervención y ayuda directa del Maestro. Todo el infierno confiesa la majestad de su poder y el esplendor de su deidad.
Permítame suplicarle que recuerde que Jesucristo todavía está vivo. Esta es una verdad muy sencilla pero necesitamos que se nos recuerde constantemente. A menudo estimamos el poder de la iglesia mirando el poder de sus ministros y sus miembros, pero su poder no radica en ellos sino en el Espíritu Santo y en el Salvador que vive para siempre. Jesús está tan vivo y activo hoy como cuando aquel padre angustiado y ansioso le llevó a su hijo. Nosotros no tenemos el poder para realizar milagros ni naturales ni espirituales. Pero Cristo si tiene el poder de obrar cualquier tipo de prodigio, todavía puede está deseoso de efectuar milagros espirituales. Yo me deleito pensando en mi Cristo vivo a quien le puedo llevar cada dificultad que le ocurre a mi alma o la de otras personas.
Recuerde también que Jesús vive en una posición de autoridad. Todo el infierno confiesa la majestad de su poder y el esplendor de su deidad. No existe demonio, por fuerte o poderoso que sea, que no tiemble ante Él. Y Jesús es el Señor de los corazones y de las conciencias. No existe, no puede existir, un caso que sea demasiado difícil para Él. ¿Es Cristo incapaz de salvar, o existen enfermedades tan difíciles que el gran Médico no pueda curar? ¡jamás puede ocurrir! ¿Cristo superado por satanás y el pecado? ¡Imposible! Él rompe los cerrojos y las puertas de hierro y pone los cautivos en libertad
El Señor Jesús prescribió la oración y el ayuno como medios para unirnos a un poder más grande que somos llamados a poseer. Y la iglesia de Dios sería mucho más fuerte para luchar con esta era maligna si acogiera más estos medios. La oración nos une al cielo; el ayuno nos separa de la tierra. La oración nos lleva a la casa de banquetes de Dios; el ayuno nos libera de nuestro afecto por el pan que perece. Cuando los creyentes llegan a los niveles más altos de vigor espiritual, entonces están en capacidad, de echar fuera demonios por el Espíritu Santo que obra en sus vidas y que de otro modo se reirían de ellos con desdén. Pero a pesar de todo, siempre existirán esas dificultades como montañas que requieren la intervención y ayuda directa del Maestro. Todo el infierno confiesa la majestad de su poder y el esplendor de su deidad.
Permítame suplicarle que recuerde que Jesucristo todavía está vivo. Esta es una verdad muy sencilla pero necesitamos que se nos recuerde constantemente. A menudo estimamos el poder de la iglesia mirando el poder de sus ministros y sus miembros, pero su poder no radica en ellos sino en el Espíritu Santo y en el Salvador que vive para siempre. Jesús está tan vivo y activo hoy como cuando aquel padre angustiado y ansioso le llevó a su hijo. Nosotros no tenemos el poder para realizar milagros ni naturales ni espirituales. Pero Cristo si tiene el poder de obrar cualquier tipo de prodigio, todavía puede está deseoso de efectuar milagros espirituales. Yo me deleito pensando en mi Cristo vivo a quien le puedo llevar cada dificultad que le ocurre a mi alma o la de otras personas.
Recuerde también que Jesús vive en una posición de autoridad. Todo el infierno confiesa la majestad de su poder y el esplendor de su deidad. No existe demonio, por fuerte o poderoso que sea, que no tiemble ante Él. Y Jesús es el Señor de los corazones y de las conciencias. No existe, no puede existir, un caso que sea demasiado difícil para Él. ¿Es Cristo incapaz de salvar, o existen enfermedades tan difíciles que el gran Médico no pueda curar? ¡jamás puede ocurrir! ¿Cristo superado por satanás y el pecado? ¡Imposible! Él rompe los cerrojos y las puertas de hierro y pone los cautivos en libertad
Despojaos, Renovaos y Vestíos
Predicación del domingo 17 de noviembre de 2013
Will Graham
Efesios 4:22-24
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miércoles, 13 de noviembre de 2013
La importancia de la actitud del corazón
Predicación del domingo 10 de noviembre de 2013
Pedro Blois
Lucas 8:1-21
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Pedro Blois
Lucas 8:1-21
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Fragancia para vida, y para muerte
Por Pedro Blois
Al predicar el mensaje del evangelio, todos anhelamos que aquellos que nos escuchan, puedan disfrutar de estas gloriosas verdades. Nos damos por satisfechos, y saltamos de alegría, cuando los hombres descubren en el mensaje de la cruz, la gracia que hace cantar nuestros corazones. Pero lo cierto es que no siempre es así. En realidad, nos entristece ver que en la mayoría de los casos, los hombres muestran rechazo a la verdad. Y aún entre los que lo aceptan, son muchos los que se quedan por el camino. Ante tal escenario, ¿deberíamos sentirnos fracasados? ¿Es correcto pensar que no estamos haciendo lo que deberíamos? De cara a diversas enseñanzas bíblicas, considero que no siempre es así (ver Lucas 8.4-15, 2 Corintios 2.15-16).
La proclamación del evangelio tiene un doble efecto: trae arrepentimiento y salvación a unos, y endurece a otros en su rebelión. En palabras del apóstol Pablo, somos olor de vida para los que se salvan, y de muerte para los que se pierden (2 Corintios 2.15-16).
C. H. Spurgeon solía decir que el mismo sol que derrite la cera, endurece el barro. Ambas cosas ocurren ante la proclamación de la Palabra, y ambas provienen de Dios. Dios se glorifica mostrando su gracia en unos, al vencer su duro corazón, y mostrando su santa justicia en otros, al dejarles en su locura y rebelión. Aquí debemos clamar con el apóstol Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” Nuestra tarea es proclamar el mensaje sin temor ni adulterio, y después descansar en la sabia providencia de nuestro Dios.
Al predicar el mensaje del evangelio, todos anhelamos que aquellos que nos escuchan, puedan disfrutar de estas gloriosas verdades. Nos damos por satisfechos, y saltamos de alegría, cuando los hombres descubren en el mensaje de la cruz, la gracia que hace cantar nuestros corazones. Pero lo cierto es que no siempre es así. En realidad, nos entristece ver que en la mayoría de los casos, los hombres muestran rechazo a la verdad. Y aún entre los que lo aceptan, son muchos los que se quedan por el camino. Ante tal escenario, ¿deberíamos sentirnos fracasados? ¿Es correcto pensar que no estamos haciendo lo que deberíamos? De cara a diversas enseñanzas bíblicas, considero que no siempre es así (ver Lucas 8.4-15, 2 Corintios 2.15-16).
La proclamación del evangelio tiene un doble efecto: trae arrepentimiento y salvación a unos, y endurece a otros en su rebelión. En palabras del apóstol Pablo, somos olor de vida para los que se salvan, y de muerte para los que se pierden (2 Corintios 2.15-16).
C. H. Spurgeon solía decir que el mismo sol que derrite la cera, endurece el barro. Ambas cosas ocurren ante la proclamación de la Palabra, y ambas provienen de Dios. Dios se glorifica mostrando su gracia en unos, al vencer su duro corazón, y mostrando su santa justicia en otros, al dejarles en su locura y rebelión. Aquí debemos clamar con el apóstol Pablo: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” Nuestra tarea es proclamar el mensaje sin temor ni adulterio, y después descansar en la sabia providencia de nuestro Dios.
martes, 5 de noviembre de 2013
La mujer del vaso de alabastro
Predicación del domingo 3 de noviembre de 2013
Pastor Pedro Blois
Lucas 7:36-50
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lunes, 4 de noviembre de 2013
El asombroso poder de la gracia
Por Pedro Blois
En su famosa obra “Los Miserables”, Víctor Hugo nos presenta un extraordinario ejemplo del poder transformador de la gracia. El autor nos cuenta la historia de Jean Valjean, un ex-presidiario que no encuentra quien le contrate para trabajar, a causa de su pasado en la cárcel. Sin nadie a quien acudir, Jean Valjean encuentra comida y cobijo con el obispo del pueblo, Myriel. El humilde y anciano clérigo, fue el único en mostrar compasión a este pobre hombre.
Una noche, despertándose de madrugada, Jean Valjean roba el único bien de valor que poseía el obispo – unos cubiertos de plata –, e intenta escapar del pueblo con el botín. Siendo capturado por la policía, es llevado nuevamente a los pies del clérigo, para que este confirme que los cubiertos de plata le pertenecen. Para sorpresa del capturado, el clérigo no solamente no le acusa de robar los cubiertos, sino que – buscando librarle de la policía – le advierte que se había olvidado de llevarse con los cubiertos, los candeleros que le había dejado.
Tal fue el impacto de la gracia en el corazón de Valjean, que supo que a partir de ese momento, se quebrantaría en amor, o se endurecería como un demonio. La gracia tiene un poder extraordinario de romper la rebelión humana. Ella nos coge de sorpresa en nuestro pecado, y nos responde como nunca podríamos haber imaginado: “con el amor de la cruz”. Ante el asombro del perdón, de la gracia inmerecida, el corazón sabe que nada puede devolver, nada puede alegar, solo puede llorar y cantar.
En su famosa obra “Los Miserables”, Víctor Hugo nos presenta un extraordinario ejemplo del poder transformador de la gracia. El autor nos cuenta la historia de Jean Valjean, un ex-presidiario que no encuentra quien le contrate para trabajar, a causa de su pasado en la cárcel. Sin nadie a quien acudir, Jean Valjean encuentra comida y cobijo con el obispo del pueblo, Myriel. El humilde y anciano clérigo, fue el único en mostrar compasión a este pobre hombre.
Una noche, despertándose de madrugada, Jean Valjean roba el único bien de valor que poseía el obispo – unos cubiertos de plata –, e intenta escapar del pueblo con el botín. Siendo capturado por la policía, es llevado nuevamente a los pies del clérigo, para que este confirme que los cubiertos de plata le pertenecen. Para sorpresa del capturado, el clérigo no solamente no le acusa de robar los cubiertos, sino que – buscando librarle de la policía – le advierte que se había olvidado de llevarse con los cubiertos, los candeleros que le había dejado.
Tal fue el impacto de la gracia en el corazón de Valjean, que supo que a partir de ese momento, se quebrantaría en amor, o se endurecería como un demonio. La gracia tiene un poder extraordinario de romper la rebelión humana. Ella nos coge de sorpresa en nuestro pecado, y nos responde como nunca podríamos haber imaginado: “con el amor de la cruz”. Ante el asombro del perdón, de la gracia inmerecida, el corazón sabe que nada puede devolver, nada puede alegar, solo puede llorar y cantar.
viernes, 1 de noviembre de 2013
JESUCRISTO, EL REPOSO DEL ALMA
Por Pedro Blois
En su comentario a los Gálatas, Martín Lutero cita una historia de un libro llamado “La vida de los Padres”, en la que se nos cuenta el conflicto interno de un ermitaño, pocos días antes de su muerte. Se dice que este hombre, se encontraba de pie, quieto, triste, y mirando al cielo. Al preguntarle sus discípulos por qué tenía tal actitud, respondió que tenía miedo a morir. Entonces, sus discípulos buscaron consolarle al recordarle que él había vivido una vida irreprensible. Afirmaron que no tenía por qué temer, puesto que era un buen hombre.
Ante el consuelo de sus discípulos, este hombre respondió: “De hecho, he vivido una vida santa, y he guardado los mandamientos de Dios, pero los juicios de Dios son incomparablemente diferentes a los juicios de los hombres”. Poco antes de morir, este piadoso ermitaño tuvo una profunda percepción de que la mirada de Dios, no es la mirada de los hombres. En ese momento, todo consuelo que había tenido por su vida recta y piadosa, se disipaba ante el terror de aquella mirada que es fuego consumidor.
Amigo, la tranquilidad del alma reside en acudir a Jesucristo, y descansar en Él. La sangre del Cordero rociada en los dinteles del alma, es nuestro único refugio, cuando el terrible ángel de la muerte viene a recordarnos toda nuestra miseria. No hay otro lugar en el que podamos descansar, y al que podamos acudir cuando las violentas olas de la condenación, venga a echarnos a la cara nuestro pecado, y nuestras faltas. Jesucristo es el descanso del pecador. En Él, y solamente en Él, ha de reposar nuestro corazón, a cada día.
En su comentario a los Gálatas, Martín Lutero cita una historia de un libro llamado “La vida de los Padres”, en la que se nos cuenta el conflicto interno de un ermitaño, pocos días antes de su muerte. Se dice que este hombre, se encontraba de pie, quieto, triste, y mirando al cielo. Al preguntarle sus discípulos por qué tenía tal actitud, respondió que tenía miedo a morir. Entonces, sus discípulos buscaron consolarle al recordarle que él había vivido una vida irreprensible. Afirmaron que no tenía por qué temer, puesto que era un buen hombre.
Ante el consuelo de sus discípulos, este hombre respondió: “De hecho, he vivido una vida santa, y he guardado los mandamientos de Dios, pero los juicios de Dios son incomparablemente diferentes a los juicios de los hombres”. Poco antes de morir, este piadoso ermitaño tuvo una profunda percepción de que la mirada de Dios, no es la mirada de los hombres. En ese momento, todo consuelo que había tenido por su vida recta y piadosa, se disipaba ante el terror de aquella mirada que es fuego consumidor.
Amigo, la tranquilidad del alma reside en acudir a Jesucristo, y descansar en Él. La sangre del Cordero rociada en los dinteles del alma, es nuestro único refugio, cuando el terrible ángel de la muerte viene a recordarnos toda nuestra miseria. No hay otro lugar en el que podamos descansar, y al que podamos acudir cuando las violentas olas de la condenación, venga a echarnos a la cara nuestro pecado, y nuestras faltas. Jesucristo es el descanso del pecador. En Él, y solamente en Él, ha de reposar nuestro corazón, a cada día.
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